Este camino
ya nadie lo recorre
salvo el crepúsculo.
Matsuo Bashõ, s. XVII (versión de Octavio Paz)
Treinta años dedicados a cualquier trabajo representa un tiempo estimable y digno de ser tenido en cuenta. Tres décadas de actividad artística, y más aún en un lugar como el nuestro, Canarias, merecen algo más que una reflexión. El día 5 de diciembre del año 1986 Medín Martín presentó la primera exposición individual de su trayectoria. Lo hizo en la Ermita de San Miguel, de la ciudad de La Laguna. Y nosotros estuvimos allí con él, y tuvimos la suerte de que nos encargara el texto, para el tríptico que se editó por parte del ayuntamiento lagunero. Permítanme que rescate un párrafo, al menos, de lo que escribimos sobre la obra de Medín, hace treinta años: “hoy incorporamos un artista más a nuestra exigua lista de escultores. Estamos convencidos que Medín, con su importante bagaje de taller, y sin repetir largas ausencias de su trabajo escultórico, puede y debe hacer por la escultura canaria de los 80”.
Para este encuentro de ahora, en la Sala Bronzo, de La Laguna, Medín, tras haber indagado en la figura humana, presentándola de un modo y de otro, tamizado por su personal visión, y haber hecho otro tanto sobre la naturaleza, que nos da soporte, mirando hora a los barrancos, hora a los montes y los acantilados, dirige su mirada a lo que sucede más arriba de la superficie terrestre. ‘Mirando el cielo’ es, precisamente, el título que ha elegido para esta nueva exposición individual, y para poner reseña a esos treinta años de trabajo escultórico.
Mirar al cielo es algo que realizamos la mayoría de nosotros, tal vez no tanto como debiéramos, y menos aún con la intencionalidad que bien nos vendría. Y debiera ser esto lo más normal, si consideramos que sobre nuestras cabezas, a la altura del Ecuador, la atmósfera tiene nada menos que diecisiete mil metros de altura. Y este ejercicio le ha sido posible llevarlo a cabo, a Medín, tanto desde su Breña Alta natal, como desde su residencia en Tenerife, primero en la Cuesta de Santa Cruz, como ahora desde su casa y taller en el Lomo Colorado de Tacoronte. Ya en el siglo VI a.C., el sabio Lao Tsé, nos regaló esta máxima o sentencia sabia, del ‘Lao Tsé King’: “Sin salir por la puerta, es posible conocer todo el mundo; sin mirar por la ventana, es posible darse cuenta de las vías del cielo, principios que rigen todas las cosas.” Una de las notables pinceladas que rigen ese singular modo de ver y comprender la vida, que es el Taoísmo.
Medín, además de esculturas, ha dado pie a reflexiones sobre este trabajo, en donde incide sobre lo que acabamos de apuntar: “El hombre, desde la antigüedad, ha contemplado la bóveda celeste atraído por su inmensidad y su carácter misterioso”, y concluye ese texto con un deseo: “Formas, materiales, sensaciones y sentimientos, arte y realidad, belleza y cotidianidad se conjugan en esta serie de esculturas para invitarnos a contemplar las estrellas y a vivir bellos sueños, “Mirando el cielo.”
Despliegue de recursos en el tratamiento de materiales, algunos de especial aprecio para Medín, como la madera. Y también, de un tiempo a esta parte, arriesgados ejercicios de combinación y contraposición entre materiales, que inicialmente parecieran contrapuestos, como los metales y la madera, y no sólo por la calidez que desprende el propio material. De otra parte, las obras que Medín realiza y traslada a la fundición, para alcanzar unos bronces, con formas orgánicas, siempre de particular atracción, en pátinas tanto negras como verdes. No deja atrás el barro cocido, material tradicional donde los haya, que el escultor actualiza con aplicación de pintura de colores vivos. Para completar estos recursos, hay obras en las que ciertos complementos, como placas, a modo de espejo, dan una visión diferente de la obra, de otro modo prácticamente invisible.
En cuanto a las formas, Medín no abandona las formas geométricas, que le han atraído en fases de su trayectoria, junto con las orgánicas, ya citadas. En algunos casos podemos intuir referencias en culturas históricas, como la mesopotámica, y también clásicas, como la griega, o envueltas en el mito como la troyana. En otros casos, tal vez debamos recomponerlas con nuestra imaginación, como sucede ante las formas caprichosas, que en ocasiones se desarrollan entre las nubes, cuando miramos el cielo.
Celestino Celso Hernández, 2017.